Las ventas de ponche y de hierbas medicinales, entre oficios arraigados en Quito
Una misma actividad comercial ha marcado hasta tres generaciones de familias en la capital de la República.
2023-11-20T08:00:00.0000000Z
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El Universo

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QUITO
En las calles García Moreno y Chile, en el centro de Quito, a metros del Palacio de Gobierno, Alexandra Remache coloca su coche. Lo pone detrás de un poste para evitar el sol. “Ponchecito, buenos días”, vocea cuando se fija en que algún transeúntes mira su producto. Vende ponche, a dos precios según el tamaño de los vasos de plástico: $ 0,75 o $ 1. De esa bebida se percibe un olor similar a la cerveza, pero dice ella que la receta la mantiene bajo reserva. Someramente indica que contiene malta, azúcar y clara de huevo. Su adorno principal es una salsa de mora. Alexandra viste de blanco. Usa mandil y gorro de igual color, pero destacan cordones rojos y azules entrelazados. A sus 28 años es la tercera generación de su familia que vende ponche en el centro de Quito. Está en ese emprendimiento desde hace ocho años. La venta de esta bebida marca uno de los oficios arraigados en la capital de la República, como lo es también el comercio de hierbas medicinales e incluso el servicio que ofrecen los llamados lustrabotas. El padre y abuelo de Alexandra también vendieron ponche cuando llegaron a Quito desde Riobamba. Su papá lo hizo por más de 20 años. “Va de familia esta tradición, generación en generación”, expresa. Para conservar el sabor y el aseo, el ponche –una vez hecho– se lo coloca en un tanque de acero inoxidable. De lunes a viernes, Alexandra llega al centro a las 10:30, pero en fin de semana, una hora antes. La mañana del domingo 12, Juan Castillo, de 42 años, compra dos vasos de la bebida para compartir con sus hijas. “Son deliciosos y tradicionales de la ciudad de Quito (...), no es común en otras ciudades del país”, señala. Agrega que adquirir el producto constituye una forma de apoyar a la economía capitalina. Juan recuerda que desde niño ha consumido ponche. Para él, una buena bebida de este tipo debe tener un equilibrio con un sabor a malta, ni tan fuerte ni tan dulce. En el mercado San Francisco, en San Roque, el centro de Quito, la medicina ancestral, además, se mantiene como tratamiento para enfermedades. Hay anuncios de expertas que curan el espanto a niños y a adultos. Los puestos están llenos de un sinfín de hierbas. Quienes atienden usan guantes, mandil blanco y chaleco lila. Se ubican al costado derecho del mercado. La familia Correa lleva más de 100 años dedicada a esta actividad. Rosa es parte de esa tradición. Vende plantas y, entre otras cosas, saca los malos espíritus, las malas energías y el mal aire, sostiene. Cuenta que hacen una preparación especial con doce hierbas cuya base son la ruda, santamaría y ortiga. “Primero se les ortiga y luego se les pasa con las otras hierbas”, señala. ¿Cómo se identifica el malestar? Explica que si están con espanto los niños se ponen molestosos, no comen ni duermen, mientras que una persona mayor se pone de mal genio y padece de múltiples dolores. “Venimos desde mis abuelitos, siquiera unos 100 años”, expresa Rosa. Al menos tres familiares más se dedican al mismo oficio, comenta. La consulta vale $ 5. Hacen un seguimiento para ver si tienen mejoría, pero saben que hay enfermedades como el cáncer que no tienen cura. Mal aire y espanto es lo que atiende Rosa este domingo a un niño de unos 4 años. La mamá menciona que el muchacho no quiere comer, no duerme, llora. Le envío una bebida a base de hierbas para que tome y otras para que se bañe, dice. Francisco Puli, de 58 años, lustra zapatos desde que tenía 11 años cuando llegó a Quito. Trajo una cajita de madera desde el campo. No recuerda cuánto cobraba por lustrar zapatos en sucres, pero ahora en dólares son 50 centavos y comenta que cuando quiere cobrar más, la clientela se queja. La plaza del Teatro y la plaza Grande han sido lugares en los cuales ha trabajado, aunque actualmente renta un puesto fijo junto al palacio arzobispal. Cada día gana unos $ 15. Para Francisco, las claves para un buen lustrado de calzado son que la caja esté limpia, ofrecer un buen trato y dar dos manos de tinta. Si bien ha sido su forma de vida prefiere que sus hijos no se dediquen a esa tarea sino que estudien. “En la calle hay de todo, por eso a veces los niños se desvían”, reflexiona el hombre.
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